Por MAR CANDELA | Corresponsal Colombia
Hablándoles de Simone de Beauvoir, francesa (parisina para dar dato exacto), era una mujer atlética y fuerte, aficionada a andar por las colinas que rodean Marsella siempre llevando alpargatas y ropa vieja o si prefieren decir uno de los juicios más agudos descritos sobre su estilo dictado por las normas del momento, llevando “andrajos”.
Esta “andrajosa” fue pionera del feminismo moderno. Ella no se esforzó por pensar muy bien aquello de encajar en la moda y el estilo correcto para las mujeres de su época. De Beauvoir estaba de modo enfático despreocupada por su apariencia física y le dedicó poco tiempo, escribió en 2006 Hazel Rowley en el libro Tête à Tête: Simone de Beauvoir and Jean-Paul Sartre.
Solo el tiempo logró que las fotografías de Simone llegaran a formar parte del moodboard de diseñadores(as) y que réplicas de todo lo que llevó puesto se expongan hoy en las mejores tiendas vintage de todo el mundo.
El estilo de Simone de Beauvoir es el de alguien con personalidad poderosa y determinada y ha acabado siendo influyente hasta en el sentido más superficial de la moda actual. Para muestra un botón, la diseñadora colombiana Johanna Ortiz comercializo un vestido que lleva su nombre por más de dos mil euros.
Es evidente que Simone vivió libre su expresión corpórea en todo sentido, no solo en su sexo afectividad, me atrevo a decir que su ropa era el reflejo exacto de su mente abierta, ella simplemente vestía según consideraba, sin más.
Dominó el talento de no pensar en las críticas de moda y estilo y hoy ha terminado convertida en un tan exitoso como inesperado referente de estilo. Ya les he hablado sobre la profundidad que tiene el estilo en nuestra vida, de que el estilo es una apuesta política seria y la moda una maravillosa herramienta del estilo para comunicar el mensaje claro de cómo vemos el mundo y de la manera como nos relacionamos con él. Para nadie es secreto que las preocupaciones de la filósofa eran existencialistas, lo extremadamente fascinante de todo esto es que muy pocas veces, alguien con tan poco interés por su vestimenta, ha logrado sentar una cátedra en tema de estilo de tal altura intelectual, moral y política que ha descrestado no a pocos eruditos en materia de estilo.
Hablar del estilo de Beauvoir es hablar de una mujer capaz de ser ella misma donde quiera que se pare y hacerlo sin miedo; sin miedo al “qué dirán”, sin miedo a perder un espacio laboral, a la sanción social, al escarnio público, en una frase: sin miedo a perder, por encima de toda etiqueta.
Ella apostó toda su vida a vivir sin miedo por encima de toda norma o protocolo social o por encima de lo que yo he denominado la dictadura moral. Hablar del estilo de Beauvoir es hablar de la lucha por ser una mujer putamente libre. Su relación con el armario pareciera no haber sido intima, no obstante notamos que fue muy íntima cuando hacemos un análisis de fondo.
Esta relación entre su ropero y ella fue marcada por tres factores: la determinación de convertirse en la persona que quería ser, el objetivo de lograr no caer en el error de verse a través de los ojos de otras personas y por último su idiosincrasia y carácter francés.
En El Segundo Sexo (1949) habló abiertamente de lo difícil que es no convertirse en mujer objeto y su argumento fue expuesto ampliamente cuando el semanario francés Le Nouvel Observateur publicó en su portada una fotografía de la escritora desnuda. Aunque seguimos experimentando un debate casi bizantino sobre lo conveniente que es exponer el cuerpo de la mujer dentro del Vs. La idea de algunas feministas de que exponer el cuerpo es incompatible con el feminismo.
Lo cierto es que ella asumió su cuerpo como territorio político con y sin ropa, dejando claro su postura, asumiendo públicamente su fuero interno sin miedo o por encima del miedo a ser descalificada. Claramente poseía esa actitud sofisticada que fluye naturalmente, al parecer en los genes franceses esa cosa que yo no sé qué es, que hace que en mi fuero interno envidie tanto de las mujeres francesas. Trato de imaginarla concentrada leyendo, pensando o tal vez escribiendo en una mesita del café Les Deux Magots en la Rive Gauche y al mismo tiempo conseguir imaginar la idea de lograr un repaso a su guardarropa.
Me resulta inevitable este ejercicio porque guste o no, esta mujer ha sido pionera del estilo propio, no solo nos ha dejado un legado intelectual humanista con mirada feminista sino que esto es mucho mayor, ella toda ella, su puesta en escena es un legado maravilloso, un grito libertario.
Definitivamente optar por no preocuparse por la adecuada forma de vestirse y el maquillaje perfecto es, sin duda, una elección premeditada, como también lo fueron sus chaquetas con estampados tribales, sus trajes de dos piezas con marcadas hombreras, los abrigos en clave oversize (fruto del descuido, sin duda) o el uso del punto y la bisutería como si se tratase de intensiones profundamente declaradas. De los turbantes hizo su seña de identidad y tras ellos se escondía una evidente economía de tiempo.
En la Francia de la posguerra, cuando las mujeres pudieron regresar a incomodas prendas para conservar los modos y tradiciones, de Beauvoir prefirió continuar con su estilo propio, toda ella demostró algo que aún nos ha costado comprender: que feminista y femenina son conceptos que pueden ir de la mano si así queremos y decidimos.
Es bien sabido que la vestimenta francesa cobró mayor importancia en el siglo XIX con la revolución francesa. Así mismo, en el siglo XX la ropa tradicional de Francia se usó para festividades, teatro o danza, no obstante el estilo de esta mujer no está determinado a eventos ni épocas, las mujeres de vanguardia tomamos mucho de su estilo, ella fue una apuesta revolucionaria desde la punta de sus pies hasta cada uno de los hilos de sus cabellos. La moda es un factor político y es algo que debemos tener bien claro.