Por NICOLAS MARTINEZ | Corresponsal Latinoamérica
Grandes capitales del mundo tienen gran distinción gracias a lugares icónicos que generalmente están ligados a la arquitectura, el diseño, la historia y el arte. Paseos por la Quinta Avenida de Manhattan en New York o los Champs Ellises en París son un must a la hora de recorrer estas metrópolis, y Bogotá no era la excepción cuando de la Avenida 82 se hablaba, una avenida que se apaga a fuego lento.
Durante la década de los 80 y 90s, la reconocida zona rosa de la capital colombiana tuvo un auge que abrazó a diseñadores de moda del momento, discotecas, cafés y bares, para convertirse en una visita obligada de capitalinos y extranjeros.
De la misma manera, empezaron a aparecer lugares sin medida para satisfacer el entretenimiento de todos los públicos. Esto tiene cosas malas y cosas buenas, problemas como ser reconocida por expendio de drogas y ventajas como tener uno de los metros cuadrados más costosos del país pero, el atractivo de contar con una avenida que muestre lo mejor de la moda y el diseño y, como en el caso de París y New York, ser emblemáticas por las puestas en escena de las vidrieras de las grandes marcas es algo que sencillamente ya no existe en este sector, que a pesar de contar con la presencia de grandes cadenas internacionales y nombres reconocidos locales, todo se encuentra disperso en un sector que no se preocupa por el buen mantenimiento de sus fachadas, que está diseñado para verse de noche, y el punto principal, no hay gran avenida para “vitriniar”.
En una ciudad como Bogotá, resulta fácil reconocer el éxito de los negocios por su permanencia en el mercado que, a pesar de ser muy rotativo, cuando se trata de calidad y buen servicio nada los acaba. Esto aplica desde bancos, panaderías, supermercados y todos los formatos comerciales, y las tiendas de moda no son la excepción.
¿Cuál es la falencia? ¿Es la arquitectura o la seguridad de la zona? ¿Es la calidad y el nivel en el diseño exhibido? ¿Es mal servicio al cliente? Es una suma de todo que se acentúa cuando el interés radica en atender a puerta cerrada las amistades cercanas y no tener una boutique abierta al público, es normal que este tipo de detalles pasen a un segundo plano.
La alcaldía por su lado tampoco hace un trabajo destacado para que caminar por estas cuadras sea una experiencia y el desentendimiento de los comerciantes termina de acabar con el ambiente que respiran este tipo de sectores alrededor del mundo. Simplemente le han dejado todo el mercado a manos llenas a los centros comerciales que estratégicamente dominan el flujo de los compradores con actividades e instalaciones a las que la pereza creativa de los diseñadores no se va a enfrentar.
El valor de un lugar se lo dan sus mismos habitantes, ¡sus propietarios! De nada vale un edificio que sea patrimonio de la humanidad y un producto de alta calidad, si los comerciantes no están profundamente enamorados de su trabajo y de lo que venden. Esa es la única manera por la que se evitan imperfecciones y se muestra la mejor cara para conseguir las tan anheladas ventas.
Siempre sonría y haga que su negocio lo haga también, use un buen perfume y asegúrese de las herramientas que tiene su local para conquistar.